Actividad:
- Lee con atención la lectura que aparece líneas abajo y contesta el cuestionario. Considera que las preguntas se contestan en el mismo orden que aparecen en la lectura.
- Lleva esta actividad en tu cuaderno a la siguiente videoclase
Sobre la historia, de Krzysztof Pomian
La historia, decía Voltaire, “es el relato de los
hechos que se consideran ciertos, mientras que la fábula es el
relato de los hechos que se consideran falsos”. Para Voltaire, la
historia era ante todo un género literario. Hoy en día es ante todo
una disciplina erudita. Pero hoy, al igual que ayer, distingue los
hechos de las fabulaciones y afirma que comprueba los primeros y deja
a los artistas la tarea de elaborar las segundas.
La historia de la ciencia y la historia de la
historia
El siglo XIX fue el siglo de oro de la historia: el de
la historia considerada como ciencia. Y no como una ciencia
cualquiera, sino, junto con la psicología, como una de las ciencias
fundamentales del espíritu. Porque todas aquellas historias que
tenían que ocuparse de sus producciones –del lenguaje, de las
literaturas, de las religiones, de las mitologías, del arte– no
eran más que historias particulares. La Historia, la Historia a
secas y con mayúscula, debía servirles de guía y de modelo.
También fue el siglo de oro de los historiadores. Nunca antes su
prestigio, y la opinión que tenía de sí mismos, habían alcanzado
cotas tan altas. Algunos se creían espíritus puros, situados fuera
del tiempo y del espacio, al practicar una investigación carente de
prejuicios y al describir, con toda objetividad, lo que realmente
había sucedido. Casi todos ellos creían en los hechos históricos,
duros como piedras y que bastaba con sacar de la cantera de los
archivos para que, ordenados uno por uno y cimentados por el
desarrollo de unas leyes bien establecidas, recompusieran la
Historia, la verdadera, y permitieran comprenderla en todos sus
detalles. Este ambiente sólo empezó a cambiar a finales de siglo.
Algunos filósofos, sociólogos e incluso historiadores se pusieron a
demostrar que la objetividad, los hechos establecidos de una vez por
todas, las leyes del desarrollo, el progreso, todas ellas nociones
que hasta entonces se habían considerado evidentes y que constituían
el fundamento de las pretensiones científicas de la historia, no
eran más que engaños. Se diseccionaron las obras de los heraldos de
la antigua escuela y se halló en ellas lo contrario de los que
habían proclamado. Ninguna objetividad, sino una parcialidad
inconfesa y tal vez inconsciente; ningún registro, en todo su
contenido, de los hechos referentes al tema tratado, sino una
elección realizada entre las fuentes disponibles en función de
presupuestos exteriores y ajenos a la investigación; y el pecado
capital del anacronismo, resultante de proyectar sobre el pasado las
preocupaciones del presente. Y además juicios de valor implícitos,
silencios sospechosos, procedimientos dudosos y explicaciones basadas
en una psicología somera y anihistórica, que no tenían en cuenta
los intereses materiales ni los conflictos sociales. El acta de
acusación era larga y abrumadora. Los historiadores que creían
haber edificado una obra duradera y científica quedaron retratados,
en el mejor de los casos, como unos ingenuos cegados por las
ilusiones que ellos mismos habían generado y, en el peor, como
charlatanes.
En este ambiente de proceso hecho la historia, y que
los historiadores se entablaban unos contra otros, la historia de la
historiografía, al menos en sus manifestaciones más ambiciosas,
dejó de ser una disciplina puramente bibliográfica y erudita
dedicada a la compilación de catálogos, en la que el trabajo se
limitaba a sustituir el orden del alfabeto por el de la cronología.
Tras sacar las lecciones de la crítica de las aspiraciones
científicas de la historia, ésta ve ahora en ella una actividad
intelectual más que, junto con otras, forma parte de la vida de una
época y de una sociedad dadas de las que no se la puede aislar. La
historia de la historiografía adopta así por divisa las palabra de
Benedetto Croce: toda historia es una historia contemporánea. Trata,
por consiguiente, de sustituir los escritos de los historiadores en
el contexto de las luchas políticas y de las controversias
ideológicas de su época; de revelar las opciones y los presupuestos
que han presidido la elaboración de las imágenes del pasado y del
presente. Visto desde esta óptica, el historiador ya no es en
absoluto un espíritu puro. Ni siquiera un sabio en busca de la
verdad de lo que realmente aconteció. Es un forjador de mitos cuyas
obras, sea como fuere, reflejan y marcan un punto de inflexión en el
curso de la historia que le es contemporánea, Un político, a
menudo sin saberlo, que sustituye la acción real por los ejercicios
de escritura.
Pero en las últimas décadas del siglo XIX y en las
primeras del XX no se produjo sólo un debate sobre la historia. Se
cuestionó toda la ciencia, y en particular su núcleo, la física.
Los fundamentos que durante mucho tiempo se habían considerado
definitivos se quedaron pendientes de un hilo. En cuanto a las
representaciones que los sabios se hacían de sí mismos y de la
ciencia, no quedó más remedio que admitir que ya no correspondían
a la realidad, si es que alguna vez habían correspondido a ella. La
primera que se cuestionó fue la que identificaba la ciencia con un
conocimiento puro; con una relación entre un sujeto, situado, a
través de una purificación intelectual, en un estado de objetividad
y de receptividad, y un objeto que existe independientemente de él.
La ciencia que se supone genera semejante relación ha de estar
compuesta por verdades inmutables de validez universal. El sabio es
aquel que actúa movido por el deseo de acceder a estas verdades,
descubrirlas, pasando él a segundo plano y cediéndoles, como si
dijéramos, la palabra. Esta concepción metafísica de la ciencia,
subyacente en las metodologías del siglo XIX, aun cuando éstas se
proclaman empíricas, era muy difícil de salvaguardar en el mundo en
el que los vínculos recíprocos entre la ciencia y la técnica, la
ciencia y la economía, la ciencia y los poderes, se volvían cada
vez más rígidos, cada vez más visibles. En un mundo en el que los
sabios siempre estaban deseosos de salir de su tradicional
aislamiento y de intervenir.
No es, pues, de sorprender que toda una crítica
cuestionara los principales dogmas de la ciencia y de la ideología
de los sabios. Ésta atacó el concepto de objetividad, poniendo de
manifiesto que el horizonte del sabio queda determinado por las
particularidades de los órganos sensoriales y por un conjunto de
herramientas instrumentales y mentales. También arremetió contra el
concepto de receptividad, poniendo de manifiesto el carácter activo
de la investigación científica. Por consiguiente, no le quedaba más
remedio que refutar la equiparación del hecho científico con algo
que viene dado: este siempre se construye. Por último, negó
rotundamente el carácter supuestamente absoluto e inmutable de las
verdades descubiertas por la ciencia. Las nuevas epistomologías
trataron de liberarse de la tradición metafísica. La psicología y
la historia, a su vez desgarradas por una serie de controversias, no
tuvieron más remedio que hablar de la ciencia, que explicar el
fenómeno del descubrimiento y la evolución de los conocimientos.
Para la historia de la historiografía, la historia no
es una ciencia. Se sitúa más bien del lado de las ideologías. La
historia de las ciencias comparte esta manera de ver, heredada de la
vieja división del universo del conocimiento en ciencias de la
naturaleza, que son las ciencias a secas, y ciencias del espíritu,
que no lo son del todo. Sin embargo, resulta difícil no sorprenderse
ante los destinos paralelos de la historia y de la ciencia durante
los años cruciales de principios de este siglo. Las críticas
dirigidas a los historiadores han sio las mismas que aquellas a las
que se han visto expuestos los sabios. En ambos casos, se han
cuestionado los mismos conceptos: el de la objetividad, el de la
receptividad del tema y el del hecho que existe independientemente de
quien lo observa. En ambos casos también, se ha descubierto que
creer en un desarrollo puramente autónomo del saber carece de
fundamento: tanto la historia como la ciencia están determinadas por
sus contextos económicos, sociales, políticos y psicológicos. Este
paralelismo va todavía más allá. Efectivamente, ¿acaso no resulta
curioso que la historia de las ciencias deje de ser una disciplina
marginal, puramente bibliográfica y erudita, precisamente en los
años en los que se produce un transformación análoga de la
historia de la historiografía? Tal vez todas estas coincidencias
sean fortuitas. Tal vez aparezcan únicamente durante algunas décadas
de finales del siglo XIX y de principios del XX. Pero de no ser así,
si la evolución de la historia y de la ciencia resultaran ser
estrictamente paralelas, no sólo en la corta duración sino también
en la larga duración del tiempo, ¿acaso no podríamos legítimamente
concluir que los vínculos entre la ciencia y la historia son muchos
más profundos de lo que se suele creer? ¿O, yendo todavía más
lejos, que la ciencia y la historia no son sino dos manifestaciones
parciales del fenómeno más general que es el conocimiento? ¿y que
es en una historia del conocimiento donde deberían integrarse la
historia de las ciencias y la de la historia, una vez hubieran
superado sus enfoques tradicionalmente unilaterales?
Sobre la historia, de Krzysztof Pomian
Cuestionario
¿ Cuál es la diferencia entre el relato histórico y
el de la fábula?
¿Por qué los historiadores del siglo XIX se
consideraban objetivos?
¿Con qué argumentos refutaron los filósofos,
sociólogos e historiadores, la objetividad de los “heraldos”
de la antigua escuela?
¿ Por qué se dice que toda historia es una historia
contemporánea?
¿En qué consistía la identificación de la ciencia
como un conocimiento puro?
¿Cuáles son los conceptos con los que se ha
cuestionado a los historiadores?